El primero en desarrollar una teoría del apego fue John Bowlby . Según esta teoría, los niños están desde el principio emocionalmente apegados a sus cuidadores, primordialmente la madre, y emocionalmente angustiados cuando son separados de ellos.
Según Bowlby, esta conducta está regulada por el sistema nervioso central y está al servicio de la supervivencia, puesto que los bebés son seres indefensos que dependen de un adulto para sobrevivir, por lo que el sistema de apego está compuesto por tendencias conductuales y emocionales diseñadas para mantener a los niños en cercanía física con sus cuidadores, especialmente la madre.
Investigaciones recientes llevadas a cabo con animales muestran que el exponerlos a situaciones de estrés o tensión nerviosa (estando en el útero o después del nacimiento) provoca efectos dañinos en la estructura cerebral. Por ejemplo, cuando se priva a las crías del contacto con las madres o éstas tienen un comportamiento errático e insensible, posteriormente éstas muestran problemas emocionales y de socialización. En cambio, aquellas crías que reciben cuidados cariñosos y atentos de sus madres, logran una mayor capacidad para lidiar con las tensiones cotidianas.
Por tanto, las experiencias que los niños/as tienen cuando son bebés y en la primera infancia, enseñan a sus cerebros cómo pensar, cómo sentir y cómo relacionarse, de forma que podemos decir que el cerebro no sólo nos permite ver, oler, gustar, pensar y movernos, sino también amar o no amar.
Además, debido a que los recuerdos traumáticos se almacenan en las áreas más “primitivas” del cerebro, son menos accesibles a través del lenguaje, la lógica y el razonamiento. Permanecen “congelados” en el tiempo, con la misma intensidad que cuando ocurrieron. Cuando surge un recuerdo traumático, se incrementa la actividad en el hemisferio derecho del cerebro, lo que provoca una respuesta emocional. Al mismo tiempo, decrece la actividad del hemisferio izquierdo, que es el que controla el lenguaje, con lo que disminuye la capacidad del niño/a para expresar con palabras lo que siente.
Con el desarrollo de la neurociencia y el nacimiento de una nueva disciplina, la Psicología Prenatal, se ha demostrado que, en realidad, el vínculo posterior al nacimiento no es más que la continuación de un proceso de vinculación que había comenzado mucho antes, en el útero materno.
Según Thomas Verny, uno de los principales impulsores de esta nueva disciplina, el feto puede ver, oír, experimentar, degustar y, de manera primitiva, inclusive aprender, por lo que lo sentido y percibido por la criatura mientras está en el útero, definirá en el futuro, en parte, su comportamiento social. El instrumento fundamental para este aprendizaje es, por supuesto, la madre.
Pero, el vínculo intrauterino no se produce automáticamente. Para que funcione, es preciso que la madre lo establezca. Si la madre se cierra emocionalmente, el niño intrauterino no sabe qué hacer. El período óptimo para que se establezca este vínculo son los tres últimos meses de embarazo, y especialmente los dos últimos.
Evidentemente, las emociones negativas o los hechos que producen tensión en la madre no afectarán negativamente el establecimiento del vínculo intrauterino si son ocasionales. Sólo afectarán al feto cuando sus necesidades físicas y emocionales sean constantemente desatendidas. Si son atendidas, el vínculo se produce de manera espontánea.
Aunque las tensiones externas que afronta una mujer, tienen importancia para el establecimiento del vínculo entre ambos, lo más importante es lo que siente hacia su hijo no nacido. Sus pensamientos y sentimientos son el material a partir del cual el niño intrauterino se forja a sí mismo.
En un estudio llevado a cabo con dos mil mujeres durante el embarazo y el alumbramiento, se llegó a la conclusión de que la actitud de la madre producía el efecto más importante en la forma de ser del infante. Todas procedían de la misma extracción económica, eran igualmente inteligentes y habían disfrutado del mismo grado y calidad de asistencia prenatal. El único y principal factor distintivo era la actitud hacia sus hijos no nacidos. Los hijos de las madres aceptadoras (las que deseaban tener descendencia) eran emocional y físicamente mucho más sanos al nacer y después que los hijos de madres rechazadoras, lo cual muestra que sentimientos como el amor o el rechazo afectan al niño intrauterino desde muy temprano.
Las emociones de la madre desempeñan un papel importante en el modelado del “yo”. Las madres cálidas y cariñosas alumbran hijos más seguros y llenos de confianza en sí mismos porque ese yo está hecho de calidez y amor. De manera semejante, si las madres desdichadas, deprimidas o ambivalentes dan a luz un porcentaje superior de niños difíciles, se debe a que los egos de sus vástagos se modelaron en momentos de temor y angustia. No es sorprendente que, sin una reorientación, dichos niños se conviertan a menudo en adultos desconfiados, ansioso, y emocionalmente frágiles.
Estudios recientes han confirmado que el comportamiento de un niño/a entre los 12 y los 18 meses de edad, se puede prever con muchas antelación, conociendo los modelos operatorios internos de las madres, valorados durante el embarazo. Estos trabajos permiten predecir en más del 65% de los casos el tipo de vínculo afectivo que tendrá el menor a los 12 meses.
En cuanto al nacimiento, es el primer choque físico y emocional prolongado que experimenta el niño y hasta los detalles más insignificantes dejan huellas imborrables en su memoria, aunque no se puedan evocar conscientemente. Por ejemplo, bebés que han tenido partos difíciles, con sufrimiento fetal y pérdida de oxígeno en algún momento, de niño y adultos suelen tener problemas de claustrofobia.
De la misma forma los estudios realizados han demostrado que los recuerdos del recién nacido sobre la primera adhesión con su madre sigue afectando años después su sentido de la seguridad emocional, de manera que los niños que aprenden más deprisa y parecen más felices se habían vinculado con sus madres después del nacimiento
Se puede observar, pues, como, aunque puedan diferir en el tiempo y las circunstancias, las consecuencias del vínculo intra y extrauterino son casi siempre las mismas.
Mary Ainsworth diseñó y aplicó un programa, conocido como la Situación Extraña, para evaluar la calidad del vínculo entre madre e hijo/a, basándose en que las figuras de apego actúan como sustento de la conducta exploratoria y por tanto las separaciones son seguidas de efectos psicológicos y fisiológicos en el niño/a, que van a repercutir en la forma de elaborar los procesos cognitivos y en la forma de organizar sus relaciones interpersonales.
Los niños/as con estilos de apego seguro han tenido figuras parentales sensibles a sus necesidades, lo cual les permite explorar el mundo con seguridad y confianza. Han experimentado que confiar es seguro y que pueden experimentar ayuda en la adversidad. Poseen estructuras cognitivas flexibles, por lo que se pueden ajustar de manera adecuada a los cambios del ambiente, a proponerse metas realistas y a evitar creencias irracionales.
Tienen expectativas positivas acerca de las relaciones con los otros, por lo que tienden a confiar y a intimar con los demás. También gozan de una autoestima alta.
Los niños/as con estilo de apego ansioso-ambivalente, debido a la inconsistencia en las habilidades emocionales de sus cuidadores, no tienen la seguridad de encontrar en ellos la ayuda necesaria si se encuentran en una situación amenazante, por lo que son propensos a la separación ansiosa. En sus conductas está siempre presente la inseguridad, por lo que tienden a bloquearse cuando desean acceder a la información. Recuerdan más fácilmente experiencias negativas, por lo que las relaciones interpersonales están mediatizadas por el temor a una nueva pérdida.
Tienen baja tolerancia al dolor emocional y responden con miedo y ansiedad ante cualquier ruptura en el ambiente. Presentan mayor propensión a la ira que los niños/as con apego seguro.
Los niños/as con estilo de apego evasivo tienen poca confianza en que serán ayudados por sus figuras parentales, por lo que no buscan el amor ni el apoyo de otras personas. Tienen estructuras cognitivas rígidas y tienden a activar con más facilidad los recuerdos de no ayuda, lo que les lleva a mantenerse distantes e indiferentes.
Niegan activamente sentir dolor y experimentan enojo con frecuencia, pero procuran evitarlo y lo niegan. Al igual que en el estilo de apego anterior, el enfado les lleva a plantearse metas destructivas y conductas desadaptativas.
Factores que dificultan la Vinculación
En el caso de niños/as adoptados, que pudieron disfrutar o no de una vinculación intrauterina, pero en los cuales la vinculación postnatal fue imposible, debido a la separación de la madre biológica, la experiencia resultante de abandono y pérdida queda impresa de manera indeleble en el inconsciente, causando lo que Nancy Newton Verrier ha llamado “la herida primal”.
Esta herida puede ser más evidente en niños que han sufrido una larga institucionalización o han tenido muchos cuidadores, pero también puede estar presente en aquellos que fueron adoptados como recién nacidos. Es más, la sufren incluso los bebés que pasaron los primeros momentos después del parto en una incubadora, aunque volvieran a los pocos días o semanas con sus madres.
Lo que provoca esta herida es la experiencia de sentirse abandonado por alguien con quien se ha compartido una experiencia de 40 semanas y con la que se tenía una vinculación no sólo biológica y genética, sino también en algunos casos, psicológica y emocional. Una vez que los cuerpos se han separado después del parto, el bebé tiene la necesidad de sentir de nuevo la cercanía física de la madre después del estrés y el miedo sentidos durante el parto, sobre todo si fueron separados bruscamente. Pero si la primera sensación que experimenta el bebé al nacer se llama soledad y abandono, esta sensación entra en su alma y provocará una profunda desconfianza que le acompañará el resto de su vida, si no se interviene de alguna manera. .
En su libro “The Primal Wound”, Nancy Newton Verrier relata como, en el caso de su hija, cada año, los tres días entre la fecha de su cumpleaños y el día que la llevaron a casa, son para ella los tres días más difíciles de su vida. En esos días se siente desvalida, sin esperanza, vacía y sola. Pareciera como si el recuerdo de esos tres días estuviera grabado en su psique de manera indeleble.
En otros casos, a ésta primera experiencia traumática, se une la institucionalización, con cambios constantes de cuidadores, con lo cual es difícil que se pueda establecer ningún tipo de vinculación, posibles malos tratos, negligencia, o situaciones de mucha privación.
Indudablemente, estos son factores que dificultan la vinculación, pero no son los únicos. Cuando los niños son adoptados, las conductas de la familia adoptiva pueden también afectar negativamente la vinculación.
Las parejas estériles que no hayan resuelto adecuadamente sus sentimientos acerca de su condición, pueden proyectar su frustración contra el hijo/a si éste/a no cumple sus expectativas, llegado a tener resentimiento, hacia él/ella, aunque no lo expresen, dificultando así la vinculación.
El cúmulo de expectativas no cumplidas hace referencia, en líneas generales, a tres tipos de expectativas: las relacionadas con la personalidad del niño/a, las referentes a la ausencia de una mejoría conductual y aquellas que tienen que ver con la reciprocidad de cariño por parte del menor.
También dificultan el proceso de vinculación aquellas familias adoptivas que tienden a desligarse de la propia responsabilidad por la conducta de los hijos/as, con el fin de mantener una autoimagen positiva.
En otros casos esto ocurre cuando la familia atribuye la conducta de los niños/as a estereotipos de sus lugares de origen, o cuando critican o rechazan a sus hijos/as porque son niños/as difíciles.
El no contar, en la mayoría de los casos, con modelos de parentalidad adoptiva, también puede dificultar el proceso de vinculación, así como las dificultades para solicitar y aceptar ayuda. La voluntad de la familia para revelar debilidades y descorazonamiento, es la clave para encontrar ayuda y plantearse nuevas soluciones..
En general, podemos decir que cuando el ciclo del apego se rompe, la vinculación se dificulta. La mayoría de los expertos consideran que el período más crítico es el que corresponde a los primeros dieciocho a treinta y seis meses de vida. Durante este período el niño/a aprende que si tiene una necesidad, alguien suplirá esa necesidad y esa gratificación le llevará al desarrollo de su confianza en los otros.
Así, si un bebé tiene hambre, está mojado o quiere que lo coja expresa esta necesidad a través del llanto para requerir la atención de un cuidador, pero si no ve cubiertas sus necesidades de forma consistente, se siente desamparado y enfadado y no desarrolla confianza. Así se rompe el ciclo y se dificulta el proceso de vinculación.
Como la conducta de apego es un proceso basado en la interacción, este proceso se puede transferir a otro cuidador, si se hace adecuadamente, a través de la adopción
Según los expertos, la mayoría de los niños/as adoptados logra una buena adaptación, gracias, por una parte, a la capacidad de resiliencia del ser humano, capaz de sobreponerse a experiencias muy traumáticas, y, por otra parte, al papel reparador ejercido por las familias adoptivas. Así, distintos estudios han comparado la calidad del apego en familias con niños/as adoptados y en familias biológicas, sin encontrar diferencias significativas.
Sin embargo, hay que reconocer la existencia de una minoría que presenta dificultades para establecer esta estrecha relación de confianza y cariño con la familia adoptiva. El término con el que se conoce esta dificultad es Trastorno Reactivo de Vinculación. Como su nombre indica, la dificultad para vincularse se debe a una reacción como consecuencia de algo que el niño/a experimentó en el pasado. La magnitud de la dificultad dependerá de la gravedad del trauma que sufrió.
En términos generales, se puede decir que los niños/as que fueron abandonados tempranamente pero a su vez fueron adoptados tempranamente no presentan problemas en el apego respecto de niños criados con su familia biológica.
En cambio, niños/as que fueron abandonados tempranamente y adoptados tardíamente son los que tienen mayores dificultades en el apego y los que mayores consecuencias para el desarrollo a posteriori presentan.
Causas
Todo niño o niña adoptado ha sufrido, al menos, el trauma de la separación de la madre biológica, pero mientras la mayoría no tiene problemas para vincularse con su familia adoptiva, otros sí los tienen. Es evidente que si al primer abandono le sumamos negligencia emocional, desatención, abusos, malos tratos o el paso por distintas instituciones y cuidadores, los efectos negativos se agravarán.
Según los expertos, si en los primeros meses de vida del menor no se estableció una relación estable con un cuidador/a maternal, aunque posteriormente reciban el amor, la atención y los cuidados de la familia adoptiva, en algunos casos, estos niños o niñas son incapaces de aceptarlo. A consecuencia del daño sufrido en el pasado, no son capaces de aceptar el cariño de su nueva familia.
En el desarrollo del cerebro, hay unos períodos óptimos de aprendizaje, conocidos como “ventanas de oportunidad”, en los cuales las experiencias de vinculación tienen que estar presentes para que los sistemas responsables del apego, se desarrollen normalmente. Estas ventanas de oportunidad se abren a la largo del primer año de vida y están asociados a la capacidad del bebé y su cuidador, de manera óptima la madre, de desarrollar una relación interactiva positiva.
Esta primera relación determina “el molde” biológico y emocional para todas sus relaciones futuras. Un apego saludable a la madre, o en su defecto, a un cuidador/a, construido de experiencias de vínculo repetitivas durante la primera infancia, provee una base sólida para futuras relaciones saludables. Por el contrario, problemas de vinculación y apego en esos momentos puede resultar en una base biológica y emocional frágil para futuras relaciones.
A pesar del potencial con que todo ser humano nace para vincularse, es la naturaleza, cantidad, patrón e intensidad de las experiencias en la vida temprana lo que permite la expresión de ese potencial genético. Sin unos cuidados predecibles, amorosos y sensorialmente ricos, el potencial del niño/a para poder vincularse y crear un apego normal, no podrá materializarse. Los sistemas del cerebro responsables de las relaciones emocionales no se desarrollarán en forma óptima sin las experiencias oportunas en los momentos adecuados de la vida.
Esto no quiere decir que pasados esos períodos óptimos de aprendizaje sea imposible el establecimiento de una vinculación saludable, y que los niños/as que hayan sufrido un abandono o negligencia emocional importante en esta etapa de su vida no tengan esperanzas de poder desarrollar relaciones normales. Lo que sí ocurre es que no surgen de manera espontánea, sino que se requiere algún tipo de intervención, mediante terapias y técnicas que les ayuden a establecer patrones de relación que, en su momento, no se establecieron.
Fuera del período óptimo de aprendizaje, tanto para la vinculación intrauterina, como para la vinculación postnatal, el proceso puede ser en ocasiones, largo, difícil y frustrante dependiendo de la gravedad del abandono o negligencia emocional que sufrieron, pero no es necesariamente imposible.
En realidad, al igual que se hacen controles médicos, sería positivo que también se hicieran controles rutinarios sobre temas afectivo/emocionales de los menores adoptados, porque como con cualquier problema, cuanto antes se detecte y se actúe, antes se podrá solucionar. Las revisiones podrían hacerse a los seis meses de la asignación y repetirse periódicamente cada cuatro o seis meses hasta que se compruebe que el vínculo está adecuadamente establecido.
Si el ciclo del apego se rompió en su momento y no se consigue recomponer en los inicios de la nueva experiencia adoptiva, según va pasando el tiempo, la familia y, especialmente la madre, se va frustrando cada vez más, al sentirse rechazada por el hijo/a, que se resiste a todos sus esfuerzos por darle cariño. Con el paso del tiempo, muchas familias que empezaron llenos de amor e ilusión, acaban derrotados, desalentados y resentidos, con lo cual las posibilidades de superar el problema van decreciendo.
También es fundamental que se acuda a un profesional que sea especialista en materia de adopción porque en caso contrario es frecuente que ese profesional termine por concluir que el problema lo tiene la madre, porque el niño/a en la consulta se muestra simpático y colaborador y el padre no ve tanto problema como la madre. Como consecuencia, se considera que la que realmente necesita hacer terapia es la madre, con lo cual el problema se agrava, porque la madre se siente cada vez más incomprendida.
En realidad, es frecuente que el niño/a exteriorice los problemas, especialmente, cuando esta sólo/a con la madre, por eso es esencial que la familia conozca los síntomas principales.
Síntomas
Los síntomas de este trastorno se pueden clasificar de leve a grave, estando directamente relacionado con la gravedad del trauma que lo originó. En cualquier caso, necesitará tratamiento terapéutico para su superación.
Los síntomas pueden agruparse de la siguiente manera:
- Dificultad en aceptar o buscar afecto y contacto físico.
- No tienen sentimientos amorosos, se resisten a que les cojan en brazos y cuando lo hacen se giran hacia afuera, no toleran que les toquen ni siquiera ligeramente o les hagan cosquillas, y menos que los abracen, etc. Evitan el contacto visual, prefieren al padre antes que a la madre y son indiscriminadamente cariñosos con los extraños.
- El malestar hacia el contacto físico podría ser también un síntoma de Disfunción de la Integración Sensorial, que es frecuente en menores que han estado institucionalizados.
- Necesitan tener el control.
- Esta necesidad viene del miedo a volver a sufrir por ser tan indefensos como cuando eran bebés. Son de carácter muy fuerte, mandones, disconformes, desobedientes e incluso, desafiantes con las normas. Les cuesta empatizar con los demás.
- Tienen problemas con la rabia.
- La pueden expresar abiertamente, a través de rabietas, porque tienen poca tolerancia a la frustración, o pueden dedicarse a enfadar, frustrar y enfadar a los demás a través de conductas pasivo-agresivas.
- Tienen la conciencia poco desarrollada.
- No tienen remordimientos, ni muestran arrepentimiento o culpa. En los casos más graves, pueden estar totalmente ausentes, de forma que mienten, roban son crueles con los animales, sienten atracción por el fuego, etc., sin tener conciencia de las consecuencias de sus actos ni mostrar arrepentimiento ante ellos.
- Existe un problema de confianza mutua.
- No confían en sus padres/madres y éstos no pueden confiar en ellos, puesto que el engaño forma parte de su manera de vivir. La gravedad de estos problemas de confianza está en relación directa con la severidad del trastorno. En algunos casos, cuando son mayores, tienen que estar todas las cosas de valor bajo llave, ante el temor de que lo vendan para conseguir dinero.
- El catálogo completo de síntomas es muy variado, incluyendo desde problemas con el sueño, hasta falta de pensamiento causa-efecto, problemas de aprendizaje, tensión corporal crónica, alta tolerancia al dolor, etc.
- En general, puede decirse que hay dos tipos de niños/as con problemas de apego. Por una parte, están aquellos que son irascibles, que lloran constantemente, inquietos, etc., y por otra parte, están aquellos que son tranquilos, excesivamente independientes, que no protestan por nada y no necesitan a nadie para jugar, etc.
- En este segundo caso, al ser un niño/a demasiado fácil corre el riesgo de ser menos evidente el problema, lo cual dificultará la resolución del mismo. En el primer caso, un niño/a problemática, que obligue a la familia a una mayor vigilancia, puede reparar el trastorno y mejorar el tejido del vínculo con mayor facilidad. En cualquiera de los dos casos, el diagnóstico precoz y un tratamiento adecuado son fundamentales.
Tratamiento
Los tratamientos individuales o de grupo con el niño/a no suelen ser muy efectivos porque suelen mentir, negar y minimizar sus problemas. Sin la versión de la familia, los niños pueden llegar a embaucar o manipular al terapeuta porque suelen mostrarse muy amables y colaboradores con ellos, para no enfrentar la situación.
La terapia familiar es más eficaz porque ayuda a los padres/madres a entender por qué sus hijos/as actúan así, les ayuda a protegerse, evitando ser victimizados, y pueden aprender a desarrollar sentimientos de empatía hacia ellos.
En realidad, las familias que tienen hijos/as con Trastorno Reactivo de Vinculación necesitan información y entrenamiento para saber cómo ser padres terapéuticos.
Enfoque Cognitivo de los Problemas de Conducta
Una herramienta que proporciona información y entrenamiento para convertirse en una familia terapéutica, es el abordaje de las conductas desadaptativas desde un enfoque cognitivo. Este enfoque también proporciona a los niños/as que sufren Trastorno Reactivo de Vinculación y a sus familias, recursos necesarios para superar los problemas de relación que presentan.
Como hemos visto, si en los primeros meses de vida del menor no se estableció una relación estable con un cuidador/a maternal, su personalidad se verá dificultad en su formación, no sólo en lo afectivo, sino también en lo cognitivo, en lo motor y en lo social, lo cual le provocará problemas conductuales.
Estos niños han sido tradicionalmente poco entendidos. Con mucha frecuencia han sido tachados de tozudos y caprichosos, productos de familias con pautas educativas inconsistentes.
El enfoque tradicional del tratamiento de los llamados niños difíciles parte del supuesto de que los niños se portan bien si quieren, porque con su mala conducta lo que pretenden es llamar la atención o coaccionar a los adultos para que cedan a sus deseos. El objetivo, por tanto, es inducir a los niños a que obedezcan las instrucciones de los adultos, para lo cual se recomienda usar un programa de recompensas y castigos con el fin de incentivarlos para mejorar su conducta. Se trata de un enfoque reactivo para manejar las conductas problemáticas después de que hayan ocurrido.
Sin embargo, cuando se parte de la base de que estos niños se portan bien si pueden, porque sus problemas de conducta derivan del desarrollo deficitario de ciertas habilidades, como la flexibilidad, la adaptabilidad, la tolerancia a la frustración, etc., entonces el objetivo para mejorar sus problemas de conducta pasa por el aprendizaje de las habilidades cognitivas y emocionales de las que carecen.
Según este planteamiento, propuesto por R.W. Greene, Profesor Asociado de Psicología en el Departamento de Psiquiatría de la Escuela Médica de Harvard, los adultos son parte de la solución del problema de estos niños, estableciendo, en primer lugar relaciones positivas con ellos, a través de la empatía, y, después, entrenándolos en las habilidades necesarias para establecer relaciones adecuadas y que, en su momento, no se estimularon adecuadamente en las zonas cerebrales correspondientes.
Así, cuando surge una conducta disruptiva o desadaptativa, empieza el abordaje terapéutico, entendiéndose que esta conducta surge cuando las demandas cognitivas superan las posibilidades del niño/a para responder de forma adaptativa, de forma que esa conducta no se entiende como intencional ni como manipuladora del adulto para que ceda a los deseos del menor.
Hay cinco áreas de habilidades cognitivas, cuya ausencia frecuentemente desemboca en conductas conflictivas:
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- Habilidades de las Funciones Ejecutivas.
Son las habilidades que nos permiten tener un pensamiento claro, organizado y reflexivo en medio de la frustración. Cuando faltan estas habilidades los niños tienen problemas para cambiar de actividad, para ver y anticipar las consecuencias de sus acciones, etc. - Habilidades del Lenguaje
La habilidad para solventar problemas es básicamente una habilidad lingüística, ya que estas habilidades nos permiten delimitar el problema, comunicarlo y resolverlo.
Los niños/as con déficit en estas habilidades tienen un vocabulario mínimo para nombrar las emociones, articular sus necesidades y buscar soluciones. - Habilidades para Regular las Emociones.
Se trata de las habilidades cognitivas que usamos para controlar las emociones. Lo que caracteriza a los niños/as que tienen dificultades en esta área son la irritabilidad, el cansancio, la agitación y la ansiedad. Estos estados crónicos dificultan el manejo de la frustración. - Habilidades de Flexibilidad Cognitiva.
Los niños/as que tienen dificultad en esta área son literales y concretos en su pensamiento. Se encuentran totalmente perdidos cuando las cosas no salen como esperaban, por eso tienen grandes dificultades en el aspecto social, ya que, en esta área, se requiere mucha habilidad para manejarse con los matices. - Habilidades Sociales
Los niños/as que tienen déficit en esta área tienen una percepción pobre de las consecuencias que tienen sus acciones en los demás. Por otra parte, tienen pocas habilidades para empezar una conversación o entrar en un grupo.
- Habilidades de las Funciones Ejecutivas.
Por tanto, desde este enfoque, el problema conductual debe contemplarse como un trastorno del aprendizaje centrado en una disfunción cognitiva. Está, pues, muy vinculado al lenguaje interno, control de las emociones, motivación y, en definitiva al aprendizaje del comportamiento. Por tanto, este enfoque se centra más en la cognición que en la conducta, y en consecuencia, el abordaje de la conducta disruptiva parte de la premisa de que el niño/a puede alcanzar una conducta adaptativa si dispone de las habilidades necesarias.
Este abordaje de las conductas disruptivas también enfatiza que la regulación de las emociones, la tolerancia a la frustración y la habilidad para enfrentarse a los problemas, no se desarrollan por parte del niño/a de manera independiente, sino que dependen, en gran parte, de la manera y de los modelos usados por los adultos para enseñar a los niños/as.
Desde este enfoque, el resultado de la conducta depende del grado de compatibilidad entre el adulto y el niño/a. La compatibilidad entre las características de cada uno de los componentes de la relación tiene implicaciones importantes a la hora de reducir las conductas desadaptativas.
Por tanto, el primer objetivo es resolver aquellos puntos en los que se observan incompatibilidades entre las dos partes, para posteriormente mostrarse empático, definir el problema e invitar al niño/a a encontrar una solución que sea satisfactoria para ambas partes. La empatía facilita que los dos conserven la calma, la definición del problema asegura que la preocupación del niño/a queda clara y la búsqueda de la solución permite que el proceso sea lo importante y no quien “gana”.
El objetivo fundamental de este enfoque es colaborar de forma efectiva con el niño/a para resolver aquellos problemas o situaciones que desembocan en conductas disruptivas por falta de las habilidades cognitivas adecuadas. Con este enfoque se potencia la resolución de los conflictos a través de la empatía, el lenguaje y la negociación, de forma que se favorecen los mecanismos de vinculación.
La Resiliencia y los Efectos Reparatorios de la Adopción
El término resiliencia se usa en ingeniería para hacer referencia a la capacidad de un material para adquirir su forma inicial después de someterse a una presión que lo deforme. Al hablar de la resiliencia del ser humano, nos referimos a la capacidad de resistencia frente al sufrimiento que tiene la persona y al impulso de reparación .psíquica que nace de esa resistencia.
En la resiliencia aparecen, pues, dos elementos: por una parte, la resistencia frente a la presión y, por otra, la capacidad de reconstrucción a pesar den haber sufrido esa presión. Se trata de un potencial humano que es capaz de superar las dificultades para convertir el trauma en una oportunidad de crecimiento.
Aunque la resiliencia es tan antigua como la misma humanidad, sólo recientemente se ha convertido en fuente de investigación y análisis. No es de extrañar que uno de esos primeros estudiosos sea Boris Cyrulnik. Con tan sólo 6 años consiguió escapar de un campo de concentración, de donde el resto de su familia, rusos judíos emigrantes, jamás regresó, pasando su infancia en centros de acogida. Neurólogo, Psiquiatra y psicoanalista, es uno de los fundadores de la Etología Humana. Según Cyrulnik, una infancia infeliz no determina la vida, aunque estos niños/as sólo pueden tejer una resiliencia si encuentran a unos adultos motivados y formados para este trabajo.
Por eso, la adopción no significa, en sí misma, el fin de los problemas para aquellos niños y niñas que han vivido experiencias traumáticas, negligencia emocional o maltratato institucional. Encontrar una familia adoptiva cuando se ha perdido la propia no es más que el comienzo del fin, porque esa herida ha quedado escrita en su historia personal, grabada en su memoria y requiere de un trabajo de elaboración para su superación, trabajo en el que la familia adoptiva tiene un papel reparador fundamental.
Pero, ¿por qué unos niños/as son capaces de beneficiarse de su nuevo entorno familiar y otros no? Las razones son variadas. Por una parte, la resiliencia sólo es posible cuando existe un “cómplice significativo” que le permita crear lazos y vínculos consigo mismo, con los otros y con el entorno.
Para que esto ocurra, en casos de menores muy dañados emocionalmente, se necesitan unos padres y unas madres “terapéuticos”, que tengan tolerancia a la propia ambivalencia o a la existencia de sentimientos negativos, dada la patología del niño/a, que sepan retardar las gratificaciones de las necesidades parentales, que tengan habilidad para encontrar felicidad en pequeños incrementos de mejoría, que tengan flexibilidad de roles, de forma que no tenga que ser siempre la madre la que atienda las necesidades del hijo/a, sino que el padre tenga habilidad para asumir el rol de cuidador, alternándose ambos, para evitar el agotamiento. Familias que no pierden el sentido del humor y se preocupen del autocuidado personal y de pareja, con tardes o fines de semana solos para mantener las fuerzas físicas y la salud mental
Por otra parte, también depende del tipo de vinculación que el niño/a haya establecido previamente, tanto “in útero”, como después del parto, con su madre biológica, y al que posteriormente hubiera podido establecer con algún cuidador/a o figura de apego. Basta encontrar una sola vez a alguien que signifique algo, para que esa llama se pueda avivar posteriormente y pueda disfrutar de los beneficios de la nueva situación con su familia adoptiva.
Por tanto, el hecho de constatar que ciertos niños/as son capaces de resistir las experiencias traumáticas de su pasado y otros no, no puede explicarse en términos de la mayor fortaleza o vulnerabilidad de unos o de otros, sino a la presencia o ausencia de unos recursos internos y externos adecuados en uno y otro caso.
Aunque muchas personas piensen que la adopción tiene un efecto reparador automático, y que por sí misma, con mucho amor y aceptación, el niño/a adoptado va a emprender una nueva vida que le hará olvidar y borrar las experiencias difíciles que previamente haya podido experimentar, lo cierto es que se necesitan unas determinadas guías de resiliencia.
Por ejemplo, toda pérdida necesita su duelo y la pérdida de la madre biológica fue real, por lo que necesita su duelo correspondiente. Algunas conductas frecuentes en niños adoptados, como rabietas, ansiedad, hiperactividad, oposición desafiante, etc. pueden estar detrás de un duelo no elaborado.
También es importante entender que desde el momento que el niño/a puede recomponer el relato de su sufrimiento a través de la palabra, el sentimiento que experimenta puede quedar transformado si en la familia hay un ambiente donde siente que puede expresar esos sentimientos de pérdida, sin temor a herir a nadie y en una atmósfera en la que la expresión de esos sentimientos sirve para vehicular los procesos de vinculación.
En realidad lo que calma o perturba a los niños/as es la forma en la que las figuras de su vínculo afectivo traducen los sentimientos. Cuando en medio de una catástrofe los niños están rodeados de adultos ansiosos, los niños muestran más trastornos que cuando están rodeados de adultos serenos. Así, puede decirse que el mundo cambia a partir del mismo instante en que se habla con naturalidad del hecho adoptivo en el seno mismo de la familia, porque cualquier emoción se alimenta no sólo de la sensación que provocó el impacto recibido, sino también de la representación que se recibe de ese hecho a través de los demás.
Si para la familia el hecho adoptivo representa un hecho doloroso del que es mejor no hablar, el hijo/a no podrá beneficiarse del gran poder liberador que supone el poner palabra a los sentimientos. Liberación, además, que ayuda a vincularse con la persona a la que se están confiando esos sentimientos.
Por tanto, el alcance de la reparación estará determinado, entre otros factores, por el momento en que el niño/a fue abandonado y adoptado, las características constitucionales del menor, el ajuste temperamental entre la familia y los menores, los estilos de crianza, los apoyos pre y postadoptivos que se brinden a la familia, elaboración de la infertilidad de los padres, si fuera el caso, actitud de la familia hacia la adopción, etc. El control oportuno de estas variables, permitirá a la familia adoptiva cumplir una función reparadora de valor inestimable en las vidas de sus hijos e hijas adoptivos.