Los niños y niñas adoptados lo han llegado a ser debido a las dificultades detectadas en sus familia de origen por los servicios de protección de menores.
La negligencia, el maltrato, la violencia, las situaciones políticas y sociales de algunos países o el abandono son factores comunes en las historias previas de muchos de estos menores. En estas situaciones es probable que sus figuras de referencia no hayan sabido o podido dar respuesta a las demandas, necesidades y seguridad que son imprescindibles para un adecuado desarrollo del mundo cognitivo y afectivo de cualquier menor.
Esta adversidad inicial va a marcar sus vidas.
Afectará a sus relaciones futuras, su personalidad, sus emociones, sus conductas, desarrollando expectativas negativas sobre otros adultos y sobre sí mismos, poniendo en riesgo su capacidad para vincularse a otras personas. También podrá afectar a su desarrollo cognitivo.
Por otra parte, las familias adoptivas, en ocasiones, llegan a la adopción tras pérdidas como la infertilidad, la ausencia de pareja o el duelo por el hijo que no tuvieron o que perdieron. Y en la mayoría de los casos llegan sin haber hecho el duelo correspondiente por estas pérdidas.
Además, la adopción se produce tras muchos trámites, exhaustivas evaluaciones psicosociales y largas esperas que la mayoría de las veces fomentan expectativas muy idealizadas de la futura maternidad y/o paternidad adoptiva.
A esto hay que sumar que probablemente no tendrán modelos de referencia en su entorno sobre cómo actuar como padres y madres adoptivos.
La nueva familia se construye, por tanto, a partir del cruce de dos historias.
La de un menor que, pese a su corta edad, posiblemente haya sufrido bastantes pérdidas, entre ellas, y cómo mínimo, la separación de su familia de nacimiento, por mucho que no fuera funcional y, por tanto, habiendo experimentado un trauma ya en el inicio de su vida.
La de unos adultos con expectativas poco realistas y probablemente sin haber elaborado el duelo por sus propias pérdidas.
Además, pueden existir algunos factores de riesgo que pueden agravar la situación.
En los menores:
– Familia biológica con antecedentes de enfermedad mental o exposición fetal al alcohol y las drogas.
– Período largo de institucionalización, con múltiples cuidadores.
– Menores que han sufrido algún tipo de abuso sexual.
En la familia adoptiva:
– Motivación inadecuada
-Diferencias dentro de la pareja.
– Falta de apoyo por parte de la familia extensa.
Y en estas circunstancias comienzan su historia en común como familia. La mezcla puede llegar a ser explosiva.
¿Qué hacer cuando las experiencias negativas se amontonan, pese a la buena voluntad de ambas partes?
¿Qué hacer cuando las experiencias negativas se amontonan pese a la buena voluntad, aparente, de una sola de las partes?
¿Qué hacer con el sentimiento de fracaso que se apodera de todas las partes?
¿De quién es el fracaso?
¿De los padres y/o madres?
¿De los hijos o hijas?
¿De la ECAI o de la Administración que no informó adecuadamente?
¿Del sistema educativo que no entiende la realidad de estos menores?
¿Del sistema sanitario que no sabe dar diagnósticos adecuados?
¿Del sistema judicial que los condena sin tener presente su posible discapacidad?
¿Qué hacer cuando surgen sentimientos de culpa, reproches, incomprensión, impotencia, agresividad, intolerancia?
Nadie nos había dicho que esto podía ocurrir. O si nos lo habían dicho no lo habíamos querido oír pensando que esto no nos podría ocurrir a nosotros. Quizás a otros, pero a nosotros no.
Nosotros nos hemos preparado, somos tolerantes, no tenemos expectativas irreales, lo hemos apostado todo por ellos. Y los queremos. Tal como son. Con sus luces y sus sombras. Con sus blancos y sus negros. Sin grises.
Pero, con todo, sentimos el dolor del fracaso. El nuestro y el suyo. Incluso puede que más el suyo que el nuestro. Porque, además, no se dejan ayudar.
¿Qué nos queda?
¿Qué podemos hacer?
¿Resignarnos?
¿Sufrir el resto de nuestras vidas y verlos sufrir a ellos?
No. No sé muy bien, pero sé que la respuesta es no.
¿Qué tal si nos bajamos de nuestro pedestal de personas eficaces, responsables, disciplinadas, con un buen nivel de estudio y de trabajo o no, pero personas honradas y trabajadoras que lo hemos conseguido todo con nuestro esfuerzo?
¿Qué tal si miramos hacia dentro y vemos nuestras debilidades y flaquezas, las cosas que no hemos conseguido superar, aquellas que conocemos y otras muchas que incluso ignoramos?
¿Qué tal si en vez de ver el mundo como una competición donde vence el más fuerte lo empezamos a ver como un lugar donde vence la cooperación de los que parecen más débiles?
Según los biólogos, las células pueden sobrevivir sin ayuda pero buscan activamente entornos que permitan su supervivencia y evitan los que les resultan hostiles o tóxicos.
¿Qué tal si en vez de esperar que imiten el estilo competitivo de esta sociedad les animamos a imitar el comportamiento de las células, que se unen y cooperan para formar grupos más fuertes e inteligentes?
¿Qué tal si los más fuertes ayudan a los más débiles y, de esta forma, todos nos volvemos más fuertes? Ellos y nosotros.
El fracaso no es nuestro ni de ellos. Es de todos.
De todos por no ser capaces de ver más allá de las apariencias.
Por no ver que detrás de las apariencias hay otras muchas realidades.
Que no todo es que estudien.
Ni que saquen el título de la ESO.
O como mal menor que saquen el título de la ESA.
Que tampoco es que encuentren un trabajo y lo mantengan.
Que no sólo tenemos cabeza.
Qué también tenemos corazón.
Y cuerpo.
Y sufren y sufrimos con el corazón y con el cuerpo.
Y ahora me dirán: Ya, pero vivimos en sociedad.
¿Y qué?
Es como cuando un profesor dice: es que tengo 25 más.
¿Y qué?
Si le enseñas a trabajar desde la cooperación dará igual que no los trates a todos de la misma forma. Porque eso es lo justo.
No se trata de tener derecho a ser iguales, sino de tener igual derecho a ser diferentes.
Pues igual en casa.
Y en la calle.
Y en todas partes.
¿Por qué tiene que tener amigos de su edad, si no tiene la misma edad que sus amigos?
Si te duele a ti, le va a doler a él o ella.
Si no te duele a ti, no le va a doler a él o ella.
El principio del cambio está en nosotros.
Si quieres cambiar el mundo, empieza cambiando tú.
No es fácil.
Pero es cuestión de ponerse. Y de ponerse con otros.
Como las células.
Buscando entornos que no sean hostiles ni tóxicos.
Dejando la mentalidad de que sólo los más aptos sobreviven.
Agrupándonos en una fuerza única.
Dejando de perseguir el viento…
Porque el cambio sí es posible.
Entre todos.
Porque a todos nos pasan las mismas cosas.
Aunque parezcan diferentes.
Sólo hay que mirar en su interior y en el nuestro para darnos cuenta de que detrás de las apariencias hay otras muchas realidades.