EL VIAJE DE ADOPCIÓN DESDE LA MIRADA DE UN NIÑO

Indudablemente  la mayoría de las familias adoptivas recordamos el viaje en el que por primera vez abrazamos a nuestros hijos como el más emotivo de nuestras vidas. No importaba si se tenía miedo a volar, o incluso pánico. En esa ocasión eso era lo de menos. No conozco ningún caso que pese a ese miedo alguien hubiera decidido no volar y que lo hiciera otra persona en su lugar. Con tranquilizantes, técnicas de relajación o con lo que fuera, se hace el viaje y se vive con una intensidad inmensa. Claro que los mayores lo sabemos todo: que a partir de esos momentos vamos a compartir nuestras vidas con ellos… que es para siempre…que la sangre o la genética no es la única forma de convertirse en familia…

Pero, ¿cómo lo viven los pequeños? ¿Es tan apasionante para ellos, teniendo en cuenta que no nos conocen; no saben dónde los llevamos, ni por cuanto tiempo; ni siquiera saben cuando volverán si es que vuelven; además, no entienden nuestras palabras; les resultan extraños nuestros olores y sabores; escuchan ruidos raros y ensordecedores;  les pedimos cosas incomprensibles y desconcertantes; y así un largo etcétera.

Por eso me gustaría compartir con vosotros algunas de la vivencias de Yosef durante ese viaje. Yosef es el segundo hijo de Ana y Pablo, los protagonistas de mi novela Detrás de tu mirada, donde quise reflejar desde la ficción muchas de las experiencias que como familias adoptivas hemos vivido y seguimos viviendo. Quizás al verlo desde la perspectiva del pequeño nos resulte más fácil entender algunas cosas… o quizás todas.

YOSEF

Tengo miedo. No sé dónde estoy. Hay muchos niños, pero no son mis hermanos. No conozco a nadie. Quiero ir con mi abuela. Han pasado muchos días desde que me trajeron a este lugar. No quiero estar aquí y nadie me dice dónde está mi abuela.

Ayer vinieron unas personas muy raras. Me he asustado y he salido corriendo. Nunca había visto a nadie así. Tenían un color muy raro, como la leche, una nariz larga y un pelo muy diferente al nuestro. Tenían también un olor extraño. Además, yo no los entendía. Venían con una niña como yo, pero que no hablaba como yo. Ella sí los entendía. Me dieron unos regalos que yo quise compartir con los demás niños, pero un hombre que venía con ellos me dijo que eran sólo para mí.

Hoy han vuelto. Ese mismo hombre dice que me tengo que ir con ellos, pero yo no quiero. Yo quiero ir con mi abuela. Y me he puesto a llorar. Han intentado consolarme y me han sonreído pero yo no quería entrar en el coche. Me han llevado a una casa muy grande, tanto que yo nunca había visto ninguna así. Las ventanas estaban unas encima de otras y había una habitación que subía y bajaba cuando apretabas en la pared. A mí al principio me daba miedo entrar porque, además, nadie abría ni cerraba la puerta. Lo hacían ellas solas. ¿Y si un día no querían abrirse, nos quedaríamos allí para siempre? A los pocos días vi que siempre se abría, así que ya no me daba miedo, incluso me gustaba tocar en la pared para que subiera y bajara.

Cuando llegamos a aquella casa tan grande era de noche y me quisieron quitar la ropa, así que me enfadé, aunque al momento me dieron otra. Lo que no entendí era por qué me quitaban la mía y me ponían otra, pero estaba tan cansado que simplemente me dormí. Cuando me desperté por la mañana volvieron a hacer lo mismo. Me quitaron la ropa que me habían puesto la noche anterior y me pusieron otra diferente. No había quien los entendiese. Con la niña hacían lo mismo y ellos también.

Después entramos en la habitación que subía y bajaba y cuando la puerta se abrió estábamos en un lugar muy grande con muchas mesas y sillas. Nunca jamás había visto tanta comida junta. Aunque todo tenía un sabor extraño, como tenía hambre me lo comía. El problema fue que querían que cogiera la comida con un pincho. A mí no me gustaba meterme eso en la boca, así que yo lo soltaba y cogía la comida con las manos. Insistieron varias veces, aunque finalmente me dejaron hacerlo como yo quería.

En aquella habitación grande había muchas personas como ellos. Algunos tenían el pelo amarillo y los ojos del color del cielo. A mí me asustaban. Nunca había visto a nadie así.

Yo estaba todo el tiempo enfadado porque quería ir con mi abuela, así que lloraba y lloraba. Con la única que no estaba enfadado era con la niña, que me hacía reír con los juguetes. Entonces el hombre y la mujer aprovechaban mi buen humor y repetían una y otra vez hermana y la miraban a ella, papá y lo miraban a él, mamá y la miraban a ella. Entonces decían Yosef y me miraban a mí, pero yo no entendía qué querían decir.

A los pocos días dejamos aquella casa y fuimos a otra todavía más grande donde había muchas personas con cajas que tenían ruedas y que arrastraban como si pesaran mucho. Nosotros también las teníamos. Por una de las paredes se podía ver lo que había afuera. Miré y vi lo que parecía un gran pájaro, que me pareció muy raro. Nunca había visto nada igual. Estuvimos mucho rato sentados. Yo no sabía por qué teníamos que estar sentados tanto tiempo porque no hacíamos nada. A mí no me gusta estar quieto, así que me levantaba e iba de un lado para otro. Entonces el hombre blanco venía detrás de mí y me devolvía a la silla. Ahora sabía que se llamaba así porque lo había oído decir en aquella habitación grande donde comíamos.

De pronto se escucharon unas palabras, aunque nadie hablaba. Todos estaban muy atentos mirando a ningún sitio. Las palabras sonaban muy fuertes. Yo no conocía a nadie que pudiera hablar así y me asusté. Entonces se dejó de oír la voz, se levantaron todos al mismo tiempo y se pusieron unos detrás de otros con unos papeles en las manos. Ahora el hombre y la mujer se pusieron muy serios. Él me cogió a mí de la mano y ella cogió a la niña. A mí no me gustó e intenté soltarme, pero me miró a los ojos y dijo No muy serio. Yo no sabía qué le pasaba porque antes me había dejado corretear un poco si no me alejaba mucho. El caso es que todos empezaron a andar. Yo no sabía adónde íbamos y miraba a un sitio y a otro asustado. Pasamos por un lugar estrecho, todos muy juntos, y entonces entramos en un sitio con muchas sillas pegadas unas a las otras que no se podían mover. Todo el mundo miraba los papeles que llevaban en la mano y después hacia arriba. No sé qué les pasaba. Yo me quise sentar en una silla que estaba vacía pero el hombre no me dejó. Siguieron mirando hacia arriba y al poco se pararon. Entonces pusieron las cajas más pequeñas con ruedas en un lugar alto y nos sentamos. Las cajas grandes las habían dejado antes en un sitio donde se movían sin que nadie las empujara. Además las ruedas no estaban en el suelo, así que no sé cómo lo hacían.

Cuando todas las personas pusieron las cosas en ese lugar que estaba encima de nuestras cabezas, se sentaron y empezaron a atarse a sí mismas. Yo no quería que me ataran pero el hombre lo hizo a la fuerza. Aquello no me gustó nada, así que me enfadé y empecé a dar patadas. Cuando vi que no podía hacer nada porque no sabía cómo desatarme miré por una ventana pequeña y vi otro pájaro grande. Entonces supuse que nosotros estábamos dentro de uno. Al poco se empezó a mover. Después escuché un gran ruido, que me asustó, y vi por la ventana que se levantaba del suelo y empezaba a volar. Me caí hacia atrás en el asiento y empecé a llorar, tanto que me quedé dormido.

Cuando me desperté algunas personas seguían atadas y otras no. Yo quise, entonces, desatarme y en esta ocasión me dejaron, no sé por qué. Entonces empecé a correr de un lado para otro del pasillo, hasta que apareció una mujer empujando algo y sacando de allí comida. El hombre me dijo que me tenía que sentar y entonces no me importó hacerlo porque tenía mucha hambre. La mujer nos dio a todos una tabla con unas cajas que tenían comida dentro. Además, también había un pincho y dos cosas más que no sabía para qué servían. ¿Me obligarían otra vez a usar ese pincho para comer?

Había mucha comida, así que guardé un poco para cuando tuviera más hambre. El pincho venía en una bolsa, lo saqué y puse allí un poco de comida. Al principio me la quisieron quitar pero yo me puse a gritar y entonces me la dejaron. No la quise soltar en todo el tiempo por si acaso me la querían quitar otra vez. Hasta me dormí con la bolsa en la mano.

Un fuerte dolor de oídos me despertó y empecé a llorar. Entonces me dieron algo que era redondo y duro con un palo dentro, pero como yo no sabía qué hacer con eso, me acercaron la mano a la boca. Yo al principio me resistí porque no sabía qué era, pero cuando mis labios lo tocaron sentí que estaba dulce, así que me gustó y empecé a chuparlo, hasta que me lo metí definitivamente en la boca. Entonces me pareció que me dolían menos los oídos, con lo cual lo chupaba con más fuerza. El sabor era desconocido para mí, pero el hecho de que me dolieran menos los oídos cuando lo chupaba era motivo suficiente para seguir chupando y chupando cada vez con más fuerza.

De pronto, cuando más entusiasmado estaba con aquello en la boca que me quitaba el dolor de oídos, sentí un golpe debajo de mí que me asustó y al mirar por la ventana vi que el gran pájaro ya no volaba. Estábamos otra vez en el suelo.

Después de un momento todo el mundo empezó a desatarse a sí mismos. El hombre me ayudó a mí y la mujer a la niña. Todos nos pusimos de pie y, después de coger las cajas con ruedas de encima de nuestras cabezas, empezamos a andar. Pasamos por algo que parecía un tubo largo y estrecho y al final terminamos en una habitación más grande. Anduvimos un rato y llegamos a un lugar donde había muchas personas mirando al mismo sitio. Parecía una alfombra larga y estrecha. Al principio estaba quieta, pero al poco rato empezó a moverse y aparecieron las cajas grandes con ruedas. Todo el mundo las miraba muy atentamente. De vez en cuando alguien decidía coger una y se la llevaba y los demás no decían nada. A mí todo aquello me parecía muy raro, así que pensé que lo mejor sería darse prisa y coger una antes de que los demás se las llevaran todas y nos quedáramos sin ninguna, pero me agarraron del brazo en el momento que estaba intentando subirme encima para cogerla más fácilmente porque algunas eran muy grandes.

Entonces la mujer me agarró de la mano y, aunque yo me quería soltar, no pude porque me la sostenía con fuerza. En la otra mano tenía a la niña, pero ella no se resistía y me miraba sonriendo.

Finalmente el hombre decidió coger dos cajas con ruedas de las más grandes y las puso encima de una especie de carro. Después puso las más pequeñas y me quiso poner a mí encima de todo, pero yo me negué en redondo. No me fiaba de todo aquello. Empecé a corretear de un lado para otro y vino la niña, me tomó de la mano y me llevó de nuevo con ellos.

Cuando salimos de aquella gran casa otra vez se pusieron unos detrás de otros hasta que nosotros estuvimos los primeros. Entonces apareció un coche y metieron todas las cajas con ruedas dentro. Desde la ventana lo que vi me asustó. Había coches por todas partes y las casas eran tan altas que era imposible que no se cayeran. Lo que sí me gustó era que había muchas luces de colores.

De pronto el coche se paró y bajaron todas las cajas. Entonces entramos en una de esas casas altas y vi que había también una habitación de las que suben y bajan. Como las conocía, ya no me daban miedo. Al contrario, me encantaba tocar en la pared para que subiera y bajara, lo que ocurrió fue que una de las veces en vez de subir empezó a sonar un ruido muy fuerte que me asustó, no sólo a mí sino también a la mujer, al hombre y a la niña. Entonces aparecieron más personas. Una mujer mayor empezó a dar besos a la niña y quiso hacer lo mismo conmigo, pero yo salí corriendo porque a mí no me gustaba que me hicieran eso. También salió un hombre que sonreía y otro que parecía estar enfadado.

Cuando todos se fueron la habitación subió y cuando salimos había una puerta delante de la que pusieron las cajas grandes, las pequeñas, las bolsas y todo lo que traíamos. Metieron un pincho en la puerta y ésta se abrió. La niña salió corriendo hacia dentro. Yo me quedé afuera porque no sabía qué había dentro. Al final, cuando todo estaba en el interior yo también entré porque no me quería quedar fuera yo solo.

Busqué a la niña y la encontré mirando dentro de un lugar que tenía mucha comida. Antes de que pudiera desaparecer cogí varias cosas para guardarlas en la bolsa que todavía llevaba en la mano con la comida que me había sobrado cuando aquella mujer nos trajo las cajas, pero me las quitaban de las manos y las volvían a meter dentro. Me decían algo que yo no entendía y se iban, así que yo volvía a coger alguna comida y la volvía a guardar en la bolsa, así hasta que desistieron de quitarme las cosas.

Después empezó la misma historia de otras veces: me querían quitar la ropa y ponerme otra, pero yo me resistí. No me gustaba eso de cambiar de ropa antes de dormir. Ellos también lo hacían, pero parecía que les gustaba.

Lo peor fue cuando me dejaron solo en una habitación muy oscura donde había una cama. Querían que me acostara allí solo. Yo no entendía qué pasaba. Estaba muy cansado pero no me quería dormir por si se iban todos y me dejaba allí en aquel lugar que yo no conocía, así que empecé a llorar.

En la otra casa donde había tantos niños no servía de nada llorar porque nunca venía nadie, pero con ellos era diferente. Si lloraba venía alguno. Unas veces el hombre, otras veces la mujer e incluso a veces la niña. Así que me puse a llorar. No me costó ningún trabajo porque estaba muy asustado. El problema era que venían me decían algo que yo no entendía y se iban, así una y otra vez, hasta que la mujer decidió llevarme con ella a una cama grande. ¡Menos mal! Yo estaba acostumbrado a sentir a mi abuela cerca de mí por la noche y el contacto con el cuerpo de la mujer me tranquilizó. Entonces me dormí.